"SECUESTRO EXPRESS"
Ciudad portuaria de Guayaquil: ubicada a orillas del río
Guayas, cuya desembocadura se extiende hacia el océano Pacífico. Aquí se desenvolvió
la historia que relatamos, cuya protagonista es Melisa, hermosa mujer que como
tantas mujeres y madres, tiene que trabajar para llevar el sustento a su casa.
Guayaquil, una ciudad hermosa pero lamentablemente afectada
por un alto índice de delincuencia. La drogadicción, bandas de narcotraficantes
y delincuentes comunes invaden sus calles, plazas y caminos, como ocurre en
muchas ciudades de Latinoamérica. Esta situación pone en riesgo a la población,
que se ve obligada a salir para realizar trámites, asistir a sus estudios o
acudir a sus trabajos.
Un día, al salir de su oficina, Melisa tomó un taxi con
dirección a su casa. En breve, a un par de cuadras, su viaje se vio
interrumpido cuando tres hombres armados abordaron el vehículo, exigiéndole
todo su dinero. Aterrada, la muchacha vio que nada podía hacer para zafar de
ellos; entonces les suplicó diciendo:
-¡No no no no no tengo plata, en serio no tengo plata!¡por
Dios no me lastimen!… ¡Por favor por favooor!...
No era la primera
vez que Melisa se enfrentaba con delincuentes, pero al momento estaba
acorralada entre hombres armados ¡y metida dentro de un auto!
Siempre supo defenderse, conocía algo de artes marciales,
pero esta vez se sintió impotente frente a semejante amenaza. Debía ser
inteligente, su intuición la llevó a colaborar con ellos. Les mostró su
cartera, apenas tenía para pagar el taxi. El hombre de la derecha le encañonó
en la sien mientras el otro le arrebató la cartera. Revolvió, buscó, pero no
encontró más que el celular, una tarjeta de débito y unos pocos billetes que le
servirían para pagar el taxi.
-¡Ajaaa! ¡Acá está… La tarjeta de débito…Vamos, señorita,
iremos al cajero automático, allí nos darás todo lo que tienes…
Temblorosa y
sollozante, con la voz entre cortada, respondió la muchacha:
-¡Si si si si si, e e e e e e e e e es está bien, lo haré!…
Le despojaron de lo
poco que llevaba consigo y en un intento de obtener más dinero la llevaron a un
cajero automático. Los tres hombres entraron con ella. Para su sorpresa solo
encontraron 300 dólares, ni un peso más… era el importe de su último sueldo…
- ¡Danos el número de tus otras cuentas!
-No no no no, es que no tengo más cuentas…
-¡Mentira! ¡Mírate tan arregladita, vives en un barrio
residencial! ¡qué no vas a tener otras cuentas! ¡Las de tus jefes, o de tu
marido!…
Lágrimas ardientes
brotaban de sus aterrados ojos:
-No tengo marido, juro que soy pobre, yo trabajo.
- ¿Pobre? ¿Escucharon lo que dijo?... -los tres rieron a
carcajadas.
-Jua jua jua jua jua!... ¡Bueno ya, entonces vamos!... No te
imaginas, Niñita ¡el paseo que te vamos a dar!… ¡¡¡camina!!!... -le dijeron
amenazantes.
Encañonada la
volvieron a llevar al taxi. El chofer los estaba esperando con el motor
encendido:
- ¡Arranca ya compadre!...
Le revisaron el
celular por todas partes a ver si encontraban algo y por supuesto, no se lo
devolvieron. El taxista (y también por
supuesto, cómplice de todos ellos) dijo:
- ¿Ónde? -Le respondieron:
-Ya sabes: ¡allá!…
-Mjm… o k…
El taxi comenzó a
dar vueltas, a circular por los barrios periféricos más horribles que Melisa
nunca habría imaginado. Se detenían aquí, se detenían allá, el de adelante se
bajaba, se perdía entre las sombras y regresaba.
- ¡Arranca!...
De pronto Melisa se
dio cuenta que había otro taxi detrás de ellos, con otra porción de
delincuentes haciendo las mismas fechorías. Eran una banda, los tipos se
comunicaban por señas, con medias palabras y a través de los celulares.
Los coches se ponían
en movimiento, paraban aquí, paraban allá para levantar a las víctimas. Se detenían en los bancos, los cajeros
automáticos, volvían a los suburbios, ella no podía ver bien lo que pasaba con
el otro taxi, o los otros, entendió que había unos cuantos coches de
delincuentes comprometidos en la misma labor, operando en la ciudad al mismo
tiempo… Aterrada pensaba:
- “Estoy muerta, no
volveré a ver a mi hija, ni a mi familia” … “¿Y qué va a ser de mi niña, ¿Quién
la va a proteger”?
Mil pensamientos se
agolpaban en su cabeza en tanto lloraba copiosamente. Murmuraba rezando:
-Dios Padre Todopoderoso, sálvame de esta, yo te pido
perdón por mis pecados, por favor no me dejes, no permitas que me maten y que
mi hija quede sola, cuídame, Señor, que no me hagan nada por Dios, no me
abandones” …
El jefe de la banda
que se encontraba en el asiento de adelante junto al chofer era un joven de
unos 25 años. Al ver la desesperación de la muchacha se dio vuelta hacia ella y
le dijo:
-Vaamos, no tengas miedo, no te vamos a hacer nada… No te violamos, ¿verdad?... no te castigamos, no te hemos hecho ¡nada!... no te vamos
a lastimar, ¡no!... pues no lo vamos a hacer. Por mis hijas no lo haría, ni se
lo permito a mi banda. Tengo dos hijas y no quisiera nunca que pasen por algo
así…¿lo entiendes?…
Melisa no esperaba
escuchar eso. De cualquier manera, no confiaba en ellos. Le respondió casi en
un susurro y ahogada por el llanto -Sí, sí- y continuaron con sus
procedimientos. Pasaron horas y los delincuentes seguían dando vueltas con ella
en el taxi. Ya eran las 12 de la noche. De pronto el taxi frenó. Le ordenaron:
- ¡Ya, bájate!...
Presa del pánico,
casi no podía moverse.
-¡Pero ya mujer! ¡¡¡muévete, muévete, muévete, que no tenemos
tiempo!!!
La arrastraron de
un brazo y la sacaron del coche:
-¡¡¡Camina!!!... ¡Ya, ponte delante del motor!...
¡¡¡Ahora!!!... Entre dos la empujaron, le hicieron que se coloque de espaldas
delante del motor del auto. Melisa pensó:
“¡Oh, nooo! ¡Van a
atropellarme… qué horror Dios Mío!
¡Sálvame por favor!…
Se imaginó el peor final que le pudiera suceder.
-“Mi Dios, aquí te entrego mi alma. Cuida de mi hijita por
favor"…
Desfiló por su
mente la historia de su vida, sentía que agonizaba.
-“¡Perdón, perdón por todas mis faltas, mis errores y mis
pecados, Diooos, Ten piedad de mí!"...
La situación se
tornaba cada vez más aterradora para Melisa, quien pensaba que había llegado el
fin de sus días. Sin embargo, sorprendentemente, el líder de la banda mostró un
gesto inesperado: colocó 10 dólares en su mano y le dijo:
-Es para que te tomes un taxi de regreso a tu casa…
Melisa quedó
desconcertada:
-¿¡Queeé?...
El hombre continuó
diciendo:
-Nosotros no podemos llevarte porque… hm hm hm… Resulta que
tenemos que desmontar estos coches para no dejar evidencia ya que son robados;
¿qué tal?… … Ja ja ja ja ja… ¡Somos unos crá! Y además buena gente. ¿Te diste
cuenta de que no te hicimos nada, ¿verdad? Este es nuestro trabajo simplemente
señorita… Ahora, ya nos vamos. ¡No te muevas de aquí, no mires hacia atrás, no
veas por donde nos vamos porque si lo haces, ¡te coseremos a balazos!...
¿entendiste, no?... Dijo mientras se
alejaba.
Entró en el taxi
donde le esperaban sus compañeros. El chofer encendió el motor que sopló sobre
las temblorosas piernas de Melisa. ¡Un escalofrío de muerte recorrió todo su
cuerpo!... El taxi dio marcha atrás…
-“¡Hhhhh! ¡Oh no! ¡Ya se vienen sobre mí a toda velocidad!
-imaginó- ¡Quedaré estampada contra la tierra en un charco de sangre!
¡¡¡Socorrooooooo!!!...
La voz del
delincuente resonaba en sus oídos:
-¡No te muevas de aquí, no mires hacia atrás, no veas por
donde nos vamos porque si lo haces, ¡te coseremos a balazos!...
El auto circunvaló
por la misma calle y Melisa escuchó que el ruido del motor se iba alejando,
hasta que desapareció. La muchacha estaba paralizada por el pánico, la
sorpresa, el desconcierto, no entendía nada… De pronto reaccionó, No podía
creerlo. Se pellizcó los brazos para comprobar si estaba despierta, que todo lo
que había vivido no era una pesadilla.
Aún le resonaban en su cabeza las últimas palabras del jefe de la banda:
-“¡No veas por donde nos vamos porque si lo haces, ¡te
coseremos a balazos!... Ahora, ya nos vamos. ¿entendiste, ¿no?...
Lentamente alzó la
cabeza y entró en contacto con la realidad: ¡era libre y no había muerto!
Observó detenidamente su entorno, percatándose de que su liberación se produjo
en un lugar desconocido, en una zona absolutamente peligrosa de la ciudad. Las calles
de tierra sin pavimento se extendían frente a sus ojos, formando un entramado
que conducía a un caserío quizás tenebroso, apenas iluminado por la luz de la
luna. Área de manglares, a las orillas del Salado un brazo de mar que se
adentra en la ciudad. Allí las típicas covachas, elevadas sobre plataformas
sostenidas por largos pilotes de madera enterrados en el fango hasta alcanzar
una capa de tierra firme. (Esto es para evitar las inundaciones dentro de la
casa cuando crece la marea).
Melisa observó
entre las sombras de la noche, aquellos techos de lata, ventanas y puertas
desvencijadas y animales sueltos que transitaban sin restricciones, perros y
gatos entrando y saliendo de las viviendas, mientras gallinas y puercos
retozaban adormilados a la distancia.
Por ahí venía
pasando una muchachita, tendría unos 14 años. Melisa, aún temblorosa la llamó y
le dijo: -¡Ho-o-ola! ¿M-m-m-mme podrías decir por favor don-dónde estaamos?...
Era la zona más peligrosa de la ciudad. La niña la llevó a su casa. Subieron
por una escalerilla sin pasamanos.
El interior de la
vivienda era como un gran cajón armado con listones de madera, donde todo
estaba a la vista: camas, camastros, colchones en el suelo con niños
soñolientos, acostados y sentados observando a Melisa con ojitos curiosos.
Había un fogón, un tablón que hacía de mesa montado sobre taburetes, algunos
bancos y sillas maltrechas. En extraño contraste, un enorme televisor, una
computadora y más de un celular.
Mientras Melisa se encontraba temblando hecha un mar de
lágrimas dentro de la “modesta morada”, los dueños de casa, muy hospitalarios
trataban de consolarla. La madre, madraza la abrazó con mucho cariño y
comprensión; muy maternal, le decía:
-Ya, ya niña, tranquila, ya pasó, todo está bien gracias a
Dios, usted está bien ahora . Calmadita, sí, calmadita, ya ya…
-Aquí tiene un cafecito niña -le dijo el padre de familia y
le ofreció además un vaso de agua: -Ya, nosotros le vamos a ayudar,
tranquilícese señorita… Es que no se puede andar en la ciudad, ¡es un
peligro!...
-¿Y lo dices tu, Ramón? ¡Vamoh!...
Luego de un cruce
de miradas, el hombre continuó diciendo:
-¡Pero María!... Los
muchachos trabajan, pero no todos son malos…
-¡Ay, Ramón! -exclamó María…
-¡Está bien, mujer, tranquila… - replicó el hombre con
fastidio mal contenido. Luego continuó diciendo: Vamo a llamar a un Uber para
que lleve a la niña hasta su casa. Mientras esté aquí, nadie le va hacer daño.
Aquí todos me conocen, sabe… Y me respetan… Ya va a ver señorita; usted llegará
sana y salva a su casa…
E intentaron llamar
a un Uber, pero de tan peligrosa que era esa zona, ningún coche quería entrar.
Así que llamaron a la policía. Un patrullero acudió de inmediato y muy atentos,
aquellos policías llevaron a la aterrada Melisa hasta su casa.
Esta historia,
basada en hechos reales que afectó a un miembro cercano de mi familia, Es tan
intensa que no hemos tenido que agregarle ningún aderezo, no obstante, el
misterio que de por sí la envuelve. Algo imponderable protegió a la muchacha,
aún no entendemos cómo no la lastimaron, no la violaron, ¡no le quitaron su
preciosa vida en tantas horas!
Era toda una banda
de delincuentes depredadores de la ciudad, pero a su jefe aún le quedaban
ciertos “escrúpulos” que jugaron a favor de Melisa y la rescataron, dándole un
final feliz a esta historia…
Déborah Alexandra
* * * * *
UN PASO LENTO EN LA HOJARASCA
Iba arrastrando la hojarasca con su paso lento y vacilante. Parecía llevar el mundo sobre sus espaldas. De hombros caídos caminaba, con un sombrero viejo protegiendo su cabeza. Yo lo miré desde mi ventana: ¿a dónde irá?...
Se me ocurrió pensar que iría muy lejos, donde no tendría hogar tal vez, o sí, tal vez un cuartucho sucio, viejo, tan viejo como él, sin esposa, sin ruidos… O tal vez un moritorio sin amor.
Sin apuro, con su paso lento, cada vez más lento, cansado arrastraba la hojarasca. No llevaba nada en las manos y se lo notaba fatigoso, vencido, con pocas ganas de vivir…
Salí a la calle, lo seguí de lejos, una cuadra tras otra lentamente. Se acercó a una vieja casa y se sentó en el escalón al umbral de la puerta. Apoyó sus codos en las rodillas sosteniendo su mentón entre los puños.
Me escondí detrás de un árbol y desde allí lo observaba. Pude ver su rostro lleno de arrugas, sus ojos gachos, soñolientos. De vez en cuando levantaba su sombrero y se rascaba la cabeza. -¿Qué espera? - pensé.
Decidí no moverme de allí, seguirlo observando. Pero pasó mucho tiempo, mis piernas se cansaron. Salí de detrás del árbol, lentamente me acerqué hacia él. Había hecho un puente con sus brazos en sus rodillas y su cabeza descansaba en ellos. El hombre notó mi presencia. Levantó la cabeza y me miró fijamente. Le dije:
-Hola, ¿necesita algo?
-¿Por qué habría de necesitarlo? - me respondió.
Quedé cortada ante su respuesta, no supe que decir, pero vi en su rostro las marcadas huellas del sufrimiento. Por largos instantes me sostuvo la mirada. Había en aquellos ojos mustios un destello de ingenuidad, de pureza de alma.
-Yoooo… vivía en esta casa– dijo. Hizo una larga pausa, acomodó su sombrero, se enderezó y continuó diciendo:
-¿Qué hace aquí? ¿Usted es la nueva propietaria?
-¡Oh no!... -le respondí- No sé qué hago aquí. Solo lo vi… lo vi llegar lentamente y sentarse allí… bueno, pensé que necesitaba algo, que habría perdido las llaves, algo así. Esas cosas pasan…
-¿Usted es vecina? ¿Vive por esta cuadra?
-Bueno sí… no… -le respondí vacilante- perdón, si no necesita nada me retiro…
El también respondió vacilante:
-Sí, está bien, gracias… ¡No… espere! La gente se cree que porque uno es viejo, es descartable… Me… me pusieron en un “guarda viejos” y vendieron mi casa. Esta casa era mía. Bueno yo… ahora yo me escapé del “guarda viejos” y me vine a morir aquí… Tengo el coronavirus, sabe… pero no me morí todavía, ja ja. Parecería que ni la guadaña me quiere… -dijo sonriendo.
Traté de que no se me escapara una exclamación. No por el coronavirus, no le tengo miedo. Tampoco me había acercado tanto a aquel hombre, pero me impresionaron sus palabras. Le pregunté:
-¿Quién le vendió su casa, quién lo internó? ¿Usted ya estaba enfermo?
-No señora, solo estaba viejo… y solo… ¿Qué quien me internó y vendió mi casa?... Mi hija, mi propia hija, lo hizo y se fue. Nunca más la vi… En el “guarda viejos” se enfermaron todos, algunos se murieron… ¡Claro! Como veinte viejos en una casa, de a tres y cuatro en los dormitorios… Yooo, yo me escapé de esa casa para morir aquí… ¡Por favor no me denuncie, déjeme que me muera aquí! Sí, mi señora, aquí mismo, a las puertas de esta casa que hicieron mis manos. En esta casa donde vivimos mi esposa y yo, donde se crió mi hija, esa misma hija que me abandonó…
Se hizo un prolongado silencio. Él inclinó la cabeza y se enjugó una lágrima; yo pensé: “De última, si yo me contagio, sé lo que tengo que hacer y por qué.Pero este hombre perdió la esperanza… No tiene un por qué”…
Me rechinaron sus palabras: “¡Por favor no me denuncie, déjeme que me muera aquí! Sí, mi señora… aquí mismo, a las puertas de esta casa que hicieron mis manos. En esta casa donde vivimos mi esposa y yo, donde se crio mi hija, esa misma hija que me abandonó…”
¿Cómo haces ante un pedido de esa magnitud? Seguramente en poco tiempo lo encontrarían para volver a depositarlo en ese… ¿cómo le llaman...? ¿”Hogar”? O tal vez, lo pondrían en algún refugio…
¿Como hacer para salvar a un ser humano y al mismo tiempo ayudarlo a cumplir su meta?
Así está hecho el mundo, lleno de hijos que abandonan a sus padres, lleno de frialdad en el corazón de los hombres. Antes los viejos éramos dignos de respeto, era sagrado visitar a los abuelos, escuchar sus consejos llenos de sabiduría. Hoy, los viejos estorban, son molestos y lo nuevo en el mundo es no complicarse.
Confiamos a nuestros ancianos a manos mercenarias y en esos lugares no son más que un número, una cama, un producto para ganar dinero que se trata sin dignidad.
¿Qué harías tú en un caso similar?
Yo ayudé a ese hombre a realizar su sueño. ¿Que cómo hice?... Lo llevé conmigo y lo escondí en el garaje de mi casa. Allí le di de comer, lo atendí hasta que el coronavirus lo consumió.
Nadie lo buscó, nadie preguntó por él. Cuando estuvo grave, lo dejé escapar. Llegó a su excasa y se desmoronó en el umbral… Fin.
Déborah Alexandra.
Montevideo abril 26 de 2020.
¡Espero tu comentario!
* * * * *
FÁBULA
EL RATÓN QUIERE
DARLE UNA LECCIÓN AL GATO
Érase un ratón ingenuo aunque muy inteligente. El gato
se lo quería comer pero no le era fácil, pues el ratón, siempre se le
escabullía. Entonces el gato pensó: “Voy a hacerme su amigo y cuando se descuide…
le daré un zarpazo ¡Y será mío!”…
Así pues se hicieron amigos, ratón y gato andaban
juntos, pero cuando el ratón se descuidó, ¡Chácate! el gato le cayó encima y
comenzó a morderle. El ratón desesperado, medio acogotado le dijo:
-¡Espera, espera, amigo, no me mates a mí!... Déjame
libre y yo te llevaré a mi madriguera. Allí hay muchos ratones, está mi
familia, te la puedes comer entera. El gato aflojó las garras, se lamió los
bigotes y pensó: “¡Mmm… está bien, ¡Vamos!- le dijo y lo dejó partir”.
El ratón medio maltrecho se fue casi arrastrando. El
felino lo siguió con paso firme y seguro, haciéndose idea ya, del confite con
que se iba a regalar. El pequeño roedor entró por un agujero que había en la
tierra, pero el gato era muy grande, no podía entrar por allí y se acostó sobre
sus cuatro patas -muy cerca- , en posición de caza.
“Aquí esperaré –pensó- ¡Hm! Cuando salgan por ese
agujero, hm… ¡Me los comeré a todos!”…
Pero el astuto ratón, avisó a toda su familia que
afuera había un gato. Cavaron la tierra, hicieron un túnel y salieron muy lejos
por otro lado. Don gato, se quedó esperando con los bigotes largos y
¡rechinándole la panza!... jaja… Esa es la famosa historia del ratón que le dio
una lección al gato.
Montevideo, enero 13 de 2013.
* * * * *
¿QUIÉN ERA EL HOMBRE DE
LOS OJOS AZULES?
Año 1970,
11.00 de la noche.
Ariadna
-estudiante de la Escuela de ópera- salió del Teatro Solís y bajó a la terminal
de ómnibus que se encontraba en lo que es ahora, la Plaza España. Allí encontró
su ómnibus estacionado, aún vacío. Tenía las luces apagadas pero las puertas,
ya estaban abiertas y Ariadna se embarcó en él.
No lo olvido
más -nos dijo. Entonces se sentó en el primer asiento cerca de la puerta. Después
de ella subió otra persona que se sentó adelante también pero frente a ella, en
la otra hilera.
Era un hombre
de cabello muy blanco, platinado cuyos reflejos centelleaban en la penumbra del
coche. Su vestimenta era toda blanca: traje de chaqueta,
pantalón y también los zapatos blancos. Ariadna lo miró con extrañeza, no era
usual vestirse de blanco en aquella época del año. Pero además se preocupó, el
hombre respiraba fuerte, como si le faltara el aire…
Él, se estiró
y abrió su ventana, respiró profundo, miró para todos lados y se detuvo en ella:
-Em… Disculpe
señorita: ¿Qué número es este ómnibus?...
-Es el 427
-le respondió.
-Ah, muchas
gracias…
--De nada,
señor…
A poco
subieron el chofer y el guarda y pusieron el ómnibus en movimiento. Cuando
encendieron las luces, la muchacha quedó impactada ante los enormes ojos de
aquel extraño:
-¡Azul francia
eran aquellos ojos! Tan enormes…redondos, penetrantes...¡No lo olvido más -nos
dijo- jamás he vuelto a ver ojos así!…
El hombre le
sonrió desde su asiento; le preguntó:
-¿Disculpe,
este ómnibus va por 18 de Julio?
–No,
-respondió Ariadna- cruza Dieciocho por Río Negro.
-¡Ah! Bueno,
igual me sirve –dijo.
Al instante,
la miró intensamente y le dijo:
-Em… Señorita,
disculpe, le voy a hacer una pregunta.
-¿Síii?...
-¿Usted cree
en la Parapsicología?
-¿Qué?...
-La Parapsicología...
-Ah! síii, he
oído hablar de eso- le respondió con asombro- bueno… creo que sí, existe… creo…
El hombre le continuó
hablando con parsimonia…-Porque verá usted… yo, yo soy médium; ¿sabe?…
Ariadna pensó
para sus adentros:
-“Médium… Hm,
sí; médium loco, jmjm”…
-No piense
así -el hombre le dijo- no estoy loco…
La muchacha se
sorprendió y sintió miedo, el hombre le estaba leyendo los pensamientos…Miró
para todos lados, intentó levantarse para bajar en la próxima parada y salir
corriendo; no quería seguir esa conversación, pero algo extraño la detuvo. Él
continuó diciéndole:
-No, no se
asuste, no tenga miedo, yo conozco toda su vida.
Su carrera,
su esposo, sus dos hijos, sus padres, sus tíos…-El extraño sabía de toda su
familia.
-¿¡Quién es
usted? ¿De dónde me conoce!?...
-Yo miro el
iris de sus ojos, allí veo su destino…Veo su presente, su pasado y su futuro.
Veo ese futuro que usted no podrá impedir, pero la felicito, usted triunfará.
Se abrirá sola camino y sola educará a sus hijos. No podrá luchar contra lo
inexorable. Las alas de la muerte circundan en torno a su casa y perderá a dos
seres que usted ama. Su esposo se irá con otra mujer, pero usted se levantará
como el ave fénix , sacará adelante a sus hijos con felicidad y como cantante
triunfará en su madurez en escenarios lejanos…
Ariadna se
enfureció; quiso gritar, pero el grito se le ahogó en la garganta. Pensó:
-¡¡¡Loco de mmiiierda!!!...
Pero el
ómnibus ya iba llegando al cruce de 18 de Julio. Aquel ser extraño, se levantó,
arrolló el boleto, lo frotó en sus manos
y mirándola intensamente le dijo:
-Este loco de
mmiiierda… pone en sus manos un pequeño y efímero recuerdo…
Ariadna enrojecida abrió la boca:
-¡Hhhhhhhh!...
-Él le
entregó el boleto: -Dígale a su mamá que le juegue a la quiniela tres veces
seguidas; que no le ponga mucho dinero…
Fue hasta la
puerta y bajó en la parada, pero Ariadna, nunca lo vio descender del ómnibus.
Era tarde, no había nadie en la calle, solo él bajó en esa parada; pero nunca
bajó…
Ariadna miró
para todos lados por la ventanilla y entonces le preguntó al guarda:
-¿Usted lo
vio?...
-¿A quién?
–El guarda repreguntó:
–Al hombre
que bajó en esta parada…
-No bajó
nadie en esta parada le replicó.
El impacto
fue mayor para la muchacha:
-¿Pero usted
no vio al hombre de blanco?- Insistió.
–Sí, claro,
-le respondió- yo mismo le vendí el boleto… ¡Pero acá no bajó!... ¿Y dónde bajó?
-murmuró- ¿tú lo viste? -Le preguntó al
chofer…
-¿A quién?...
-Al tipo ese
raro, de blanco…
-No, no lo
vi, por esta puerta no bajó…
-No, ni por
la otra, yo no lo vi bajar– concluyó el guarda…
El resto del
viaje, nadie mencionó más el asunto. Ariadna no podía apartar de su mente, la
imagen de aquel hombre tan blanco de pelo blanco, y de tan enormes ojos azules.
Así pues quedó como bloqueada, presa de un agotamiento general, no lograba
salir de semejante impresión.
Llegó a su
casa, apenas reparó en su familia. Le entregó el boleto a su madre, le dijo:
¡No lo pierdas; juégalo tres veces! Y
como una autómata se retiró a sus habitaciones.
Al día
siguiente, la madre jugó a la quiniela con ese número y salió favorecido.
Después jugó dos veces más, ganó y aquel boleto desapareció como por arte de
magia. El número se les borró de la mente, madre e hija, nunca más pudieron
recordarlo…
Ariadna nos
comentó que las predicciones de aquel hombre se le cumplieron, todas ellas,
una, por una…
¿Quién era el
hombre de los ojos azules?...FIN
Déborah
Alexandra.
¡Me encantó la fábula! Un beso.Mirta
ResponderEliminarFelicitaciones! Un logro más. Tu blog es muy bueno, engancha y realmente llega al corazón, me emocioné muchísimo. Tamara
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